En el mundo de la relojería de lujo existen tantas formas de coleccionar como coleccionistas. Algunos buscan rarezas dispersas, piezas aisladas de diferentes casas relojeras que, al juntarse, forman un museo personal. Otros, en cambio, prefieren una ruta mucho más acotada: coleccionar exclusivamente relojes de una sola marca. Esta práctica, que para algunos puede parecer limitante, abre en realidad un universo fascinante de posibilidades, es el camino de quienes desean construir una narrativa coherente, donde cada pieza añadida encaje en una historia más amplia.
El valor de la coherencia
Una colección monomarca tiene una fuerza conceptual muy especial. A diferencia de quienes buscan un abanico de estilos, materiales o complicaciones, el coleccionista que se concentra en una firma desarrolla un conocimiento casi enciclopédico de ella. Con el tiempo, aprende a identificar las piezas clave, los detalles que pasan desapercibidos al público general y las líneas maestras que marcaron un antes y un después.
Este conocimiento profundo otorga una ventaja clara: el ojo entrenado permite detectar oportunidades en el mercado, descubrir modelos infravalorados y anticipar qué piezas podrían convertirse en objetos de deseo.
Los relojes más coleccionables dentro de cada marca
Toda firma tiene sus “santos griales”, relojes que definen la esencia de su historia y que todo coleccionista monomarca sueña con poseer.
En el caso de Rolex, la lista de piezas míticas es casi infinita. El Daytona Paul Newman, con su esfera exótica y su vinculación con el actor, se ha convertido en un icono absoluto. También lo son los Submariner vintage, sobre todo aquellos con pequeñas variaciones en los diales que los hacen únicos. Y no se puede olvidar el GMT-Master “Pepsi”, emblema de la aviación comercial y de la estética colorida de los sesenta.
Con Patek Philippe, el universo se vuelve aún más exclusivo. El Nautilus 5711, recientemente descatalogado, ha disparado su valor hasta cifras desorbitadas. Los Calatrava más antiguos, con su pureza estética, siguen siendo el corazón de la casa. Y, por supuesto, los grandes complicados como los repetidores de minutos o los calendarios perpetuos marcan la cúspide del coleccionismo.
En Audemars Piguet, el Royal Oak es la piedra angular. Diseñado por Gérald Genta en 1972, cambió para siempre la relojería de lujo con su caja octogonal y su brazalete integrado. Los primeros ejemplares en acero, conocidos como “Jumbo”, son auténticas joyas de museo. Pero dentro de la marca también hay piezas menos mediáticas, como los Royal Oak Offshore de los noventa, que poco a poco empiezan a ser reivindicados.
En Omega, la pasión suele girar en torno al Speedmaster, el “Moonwatch”. Hay coleccionistas que se dedican exclusivamente a seguir todas sus ediciones, desde los modelos que pisaron la Luna hasta colaboraciones modernas. Cada referencia es un capítulo de la historia espacial.
Por último, en Cartier, los grandes iconos son más estéticos que técnicos. El Tank, en todas sus versiones —Louis, Américaine, Française—, es un objeto de deseo para los amantes del diseño. Y modelos como el Santos, vinculado a la aviación pionera, aportan un toque legendario.
El perfil psicológico del coleccionista monomarca
¿Por qué alguien decide centrarse en una única firma? La respuesta no es sencilla. Hay un componente personal, sin duda, pero también de búsqueda de identidad.
En muchos casos, se trata de personas que valoran la consistencia y la profundidad frente a la diversidad. Les atrae la idea de seguir la evolución de un mismo concepto a lo largo de décadas, casi como si estudiaran la biografía de una persona. Cada reloj nuevo que añaden a la colección no es un objeto aislado, sino un paso más en esa evolución.
El desafío del mercado
Coleccionar una sola marca tiene también sus riesgos. El primero es la competencia: los modelos más codiciados suelen estar en manos de coleccionistas experimentados o casas de subastas, y hacerse con ellos requiere paciencia, contactos y, en ocasiones, fortunas.
El segundo riesgo es el de la burbuja de precios. Algunas piezas, como el Nautilus 5711, han alcanzado valores inflados que podrían no sostenerse a largo plazo. Aquí el coleccionista debe decidir si busca solo la inversión o si su motivación es puramente pasional.
Por último, existe la tentación de la repetición. En un mercado saturado de reediciones, series limitadas y cambios mínimos en el diseño, es fácil perder la perspectiva y comprar piezas que no aportan un valor real a la colección. El ojo crítico es, por tanto, la mejor herramienta de cualquier coleccionista serio.
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